"Un ejército sin espías es como un hombre sin ojos y sin oídos"
Chia Lin, citado por el maestro Sun Tzu en "El arte de la guerra"
Los desastres de origen tecnológico son uno de los retos más grandes para la humanidad. Los siniestros ocurridos en Fukushima, y unos 25 años antes en Chernóbyl, demuestran la alta escala de los riesgos que corren pueblos enteros, no solo personas.
El mayor número de víctimas entre las catástrofes industriales fue registrado tras la fuga de 45 toneladas de un gas tóxico en una fábrica de pesticidas de India en 1984. El trágico evento entró en los anales como 'el desastre de Bhopal'. Al menos 3.000 personas murieron en las primeras 24 horas después del escape y cerca de 15.000 fallecieron posteriormente por sus secuelas.
Bhopal: intoxicación masiva por negligencia
Muchos de los 150.000 afectados presentaron posteriormente demandas contra la multinacional propietaria de la fábrica, Union Carbide. Los hechos evidenciaban su culpa en la negligencia cometida en el área de seguridad. Pero la empresa se salvó pagando una indemnización de tan solo 500 millones de dólares a cambio del cese de la admisión de nuevos pleitos: una suma no muy cuantiosa para uno de los gigantes de la industria química.
Y los riesgos de una recaída en una catástrofe de una escala similar no han disminuido, opinan algunos indios, porque las mismas leyes reinan en el mundo de los negocios.
“Vivimos en unos tiempos cuando el medio ambiente y los temores sobre el futuro del planeta no importan a los codiciosos capitalistas”, dice el analista Sreeram Chaulia. “Los países tienen que proteger a la sociedad y controlar mejor la industria privada”.
Estados Unidos también ha sido escenario de varias hecatombes de este tipo.
En el mismo estado de Texas, donde anoche explotó una planta de fertilizantes, hace más de medio siglo, otra explosión de sustancias similares se cobró casi 600 vidas. Varias toneladas de nitrato de amonio detonaron cuando los trabajadores del buque francés Grandcamp hacían los preparativos para cargarlo con el fertilizante en el puerto de Texas City. Como consecuencia del accidente al menos 3.500 personas resultaron heridas.
Como símbolo y un nombre genérico de las catástrofes atómicas entró en el lenguaje de distintos pueblos del mundo Chernóbyl. En abril de 1986 una avería y el posterior incendio en uno de los cuatro reactores de la central nuclear con este nombre produjeron consecuencias que se sienten hasta hoy día en Ucrania, Bielorrusia y algunas provincias de Rusia.
En los días de la lucha contra el fuego y durante los primeros tres meses después del comienzo de la tragedia murieron 31 personas, siendo las secuelas directas del siniestro (como el síndrome de radiación aguda) la causa de perecimiento de hasta 80 personas más.
Debido al viento que cambió de dirección y a las lluvias, la zona contaminada alcanzó los 150.000 kilómetros cuadrados en los que resultaron afectadas alrededor de tres millones de personas. La radiación causó múltiples enfermedades en los tres países, así que en 2005 la Organización Mundial de la Salud saldó las pérdidas humanas por la avería en unas 4.000 personas.
Pasados 25 años, millones de personas seguían con preocupación los acontecimientos en torno a la central de Fukushima-1. Un fuerte terremoto y el posterior tsunami el 11 de marzo de 2011 provocaron una sucesión de fugas y estallidos en los reactores de la planta atómica nipona.
El Gobierno del país tardó un mes en apreciar lo serio que era la situación y otorgar al desastre la máxima categoría, 7, en la escala internacional de accidentes nucleares. Todas las secuelas del siniestro japonés están lejos de su estimación final.
Las empresas petroleras también figuran en la lista de causantes de terribles accidentes industriales con grandes repercusiones. Las consecuencias de su actividad son especialmente sensibles en alta mar. Así, el 20 de abril de 2010 un gran estallido en la plataforma Deepwater Horizon, operada por la compañía BP, dejó a 11 operarios fallecidos y un derrame de millones de litros de crudo. El incidente sirvió como una prueba más de que las reglas en el juego de la seguridad las marcan los magnates.